miércoles, septiembre 13, 2006

Nuestro “amigo”, el barro (no, no estoy hablando del lodo)

Un martes por la tarde, después de llegar de la escuela, entras a la cocina a buscar algo de comer porque no hay nadie en casa y te mueres de hambre. Después de mucho buscar y de descartar salchichas, barras de ol bran, tortillas de harina y cereal solo, te encuentras con un maravilloso paquete de cacahuates surtidos, de esos que sobraron de la reunión social del viernes pasado. Con una sonrisa de boca a boca, tomas el paquete y te lo llevas a tu cuarto junto a un vaso con refresco de toronja. No hace falta decir que te tragas los cacahuates con un gusto que hasta parece que te pagan por hacerlo…

Despiertas al día siguiente con un dolorcito en la cara. No hay problema, te dices. Debe ser el almohadazo. Continúas tu vida como si nada: te bañas, te vistes, desayunas… pero cuando llegas frente al espejo para pelearte una vez más con tu cabello, notas una irregularidad en tu cara, una deformidad, una abominación…

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¡Oh, no! Es… es… ¡UN BARRO!

Tu pensamiento inmediato es pellizcártelo (el barro), pero te das cuenta con horror de que es demasiado grande para que te lo exprimas sin que te duela hasta el alma. Te peinas apresuradamente y corres a buscar la vitacilina. Quince minutos después ya tienes a tu madre histérica atrás de ti diciéndote que si no te apuras ya no te va a llevar. Así que, derrotado, te paras y tomas tus cosas para irte a la escuela.

En el camino, tu mamá nota el volcancito en tu cara y, de una manera notoriamente sutil, acerca sus uñas a tu cara. Lo siguiente que sabes es que tu propia madre se te abalanzó en la cara, tratando de exprimirte ese enorme y blanco barro con sus uñas de Gloria Trevi/Niurka.

Sales del carro sacudido por la lucha que se desató en él. Y lo peor: sigues teniendo el barro.

Entras a la escuela con la mano sobre la barba, como si estuvieras pensando en algo a la Sócrates. A partir de ese momento, el barro se convierte en algo así como un amiguito molesto: de esos que no sabes ni cómo despegártelos, que siempre aparecen el los momentos más inoportunos, y del que todos se rien (DE él, no CON él) aunque a ti no te cause gracia (después de todo, está contigo).

Habiendo olvidado un poco el incidente, recuerdas que hoy cumples tres meses con tu novia (si no te ha abandonado por la aberración que portas tan galantemente en tu cara) y sales como bólido a comprarle un regalo. Por fin regresas y te la encuentras. Le das el doceavo peluche que le has regalado (uno por cada semana) y ell en cambio te da ¡unos Ferrero Rocher! ¡Tus favoritos!

No tardas en devorar toda la caja sin pensar en las consecuencias… (imagen no apta para gente sensible).

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Si te quedó una sensación de impotencia al leer esto, este juego puede ayudar.

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